Casi tres kilómetros cuadrados de vegetación costera yacen bajo arena y piedras mientras el mar penetra por al menos dos frentes la laguna El Yali, uno de los más preciados sitios de nidificación y descanso de las aves migratorias que llegan a la costa central.
Esta reserva nacional de Conaf fue uno de los paisajes más afectados por el terremoto y maremoto del 27 de febrero. Las aguas penetraron casi dos kilómetros al no encontrar obstáculos físicos que las contuvieran, arrasando con gran parte de la vegetación. En su reemplazo quedaron esparcidas algas, piedras, bolsas plásticas, juguetes y hasta un sillón y un computador, que venían de San Antonio o Matanzas, situados ambos a más de 30 kilómetros de distancia.
El deterioro parecería irreversible, pero no lo es, destacan los expertos. «Estos sistemas naturales están hechos para resetearse de vez en cuando», afirma José Miguel Fariña, jefe del departamento de Ecología de la U. Católica.
El especialista ha visitado el área tras el fenómeno y asegura que existen registros que demuestran que en los últimos 200 años el mar ha entrado otras cinco a seis veces a El Yali producto de maremotos. En todas ellas la situación tendió a normalizarse con el tiempo. Incluso cuenta que las plantas del humedal que resisten el agua salina soportaron muy bien la inundación, aunque la vegetación terrestre no.
El sistema natural se repone por sí mismo. «Apenas dos semanas después del terremoto, fui a El Yali y la barra que protegía la laguna del mar estaba quebrada en tres a cuatro partes». Una semana después, sólo quedaban dos fracturas. «La dinámica de recuperación ya empezó y las dunas han crecido 20 cm por efecto del viento y el mar», destaca.
En El Yali viven 130 especies de aves, 25 de mamíferos, 8 de anfibios, 7 de peces y 6 de reptiles. Es un sitio protegido bajo la convención internacional Ramsar sobre humedales.
Por eso se muestra contrario a intervenir éste u otro de los lugares modificados para reconstruir el paisaje anterior al 27 de febrero. «Los sistemas tienen contempladas estas perturbaciones y pueden recuperarse solos. No tiene sentido meter bulldozers para acelerar la tarea».
La fauna también parece estar mejor preparada que los humanos frente a estos imprevistos naturales. José Luis Brito, curador del Museo de Ciencias Naturales de San Antonio, cuenta que en humedales como el de Llolleo, la tarde previa al terremoto las aves se desplazaron al interior o volaron al norte. Y volvieron apenas pasó lo peor. Incluso para algunas fue un festín. El maremoto sacó a la superficie a muchos peces y pequeños anfibios, los que quedaron a merced de gaviotas y garzas.
Pero también hubo damnificados en la laguna de Llolleo: murieron aves como taguas y golondrinas, especialmente juveniles, a las que el maremoto pilló durmiendo. En el humedal de Cartagena el agua marina no alcanzó a penetrar, pero el terremoto provocó derrumbes en las madrigueras de los coipos. Apenas se vio a uno en los primeros días después del sismo. En la laguna de Llolleo todavía flotan restos de casas arrasadas.
Para El Yali ya hay un plan: «En Valparaíso estamos organizando una campaña con los estudiantes de las cuatro universidades del Consejo de Rectores de la región para ir a limpiar la reserva supervisados por Conaf, adelanta Manuel Contreras, matemático de la U. de Playa Ancha con posgrado en oceanografía, quien trabajó en el grupo de expertos que sondearon la costa entre Constitución y San Antonio tras el maremoto.
Contreras dice que el retiro de los desechos es urgente, ya que las aves podrían enfermarse por comer plástico o plumavit. Complejo si se considera que el 28% de las especies que habitan Chile frecuentan ese lugar.
Modificación
El maremoto cambió claramente la fisonomía de la línea costera entre San Antonio y la península de Arauco. No es para menos, con olas que alcanzaron hasta diez metros de alto en zonas como Topocalma, en la VI Región, según un informe preliminar presentado por los ingenieros Patricio Winkler (U. de Valparaíso), Rodrigo Cienfuegos (U. Católica) y el matemático Manuel Contreras, la semana pasada en el Colegio de Ingenieros.
Determinaron que en las áreas donde había dunas y algo de vegetación el mar no entró tan fuerte. Aseguraron que, si se requiere una medida de protección, la mantención de las dunas es clave.
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