Pocas historias de submarinos accidentados y salvados en el mundo igualan al H-3 “Rucumilla” de la Armada de Chile, que se hundió a las 10:00 horas del 3 de junio de 1919 mientras realizaba ejercicios en la bahía de Concepción, Talcahuano. Al mando del Capitán de Corbeta Arístides del Solar, hacía maniobras de sumergida cuando al fallar una válvula el agua inundó uno de los departamentos de popa. Ante la emergencia su Comandante ordenó soplar estanques y la nave emergió momentáneamente para hundirse luego frente a la isla Quiriquina, viviendo sus 23 tripulantes horas de intenso dramatismo. La embarcación quedó prácticamente anegada, pero con aire suficiente y capacidad para mantener con vida durante un tiempo prolongado a su temeraria tripulación
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Pocas historias de submarinos accidentados y salvados en el mundo igualan al H-3 “Rucumilla” de la Armada de Chile, que se hundió a las 10:00 horas del 3 de junio de 1919 mientras realizaba ejercicios en la bahía de Concepción, Talcahuano. Al mando del Capitán de Corbeta Arístides del Solar, hacía maniobras de sumergida cuando al fallar una válvula el agua inundó uno de los departamentos de popa. Ante la emergencia su Comandante ordenó soplar estanques y la nave emergió momentáneamente para hundirse luego frente a la isla Quiriquina, viviendo sus 23 tripulantes horas de intenso dramatismo. La embarcación quedó prácticamente anegada, pero con aire suficiente y capacidad para mantener con vida durante un tiempo prolongado a su temeraria tripulación. El submarino se fue al fondo del mar aproximadamente a unos 18 metros de profundidad y tuvo la suerte que la torpedera “Contreras”, que lo acompañaba en los ejercicios, se diera cuenta del accidente informando inmediatamente a las autoridades e izando en sus mástiles las correspondientes señales de auxilio. Antes de 20 minutos de dada la alarma salían desde los arsenales de Marina, al sitio del suceso, una grúa de 30 toneladas y otra de 180, embarcaciones con cadenas, médicos, buzos y todo tipo de materiales de salvamento. Una vez ubicado el sumergible, el primer trabajo que se emprendió fue el de recorrer su casco y la posición que tenía en el fondo del mar, como asimismo largar una boya telefónica, con la cual pudo contactarse con la tripulación, cuyo Comandante informó a sus salvadores sobre las causas precisas del accidente y del estado anímico en el que se encontraba su tripulación refugiada en un departamento seguro, pero con dificultades para respirar. Después de infructuosos esfuerzos y fallías maniobras de rescate, a las 17:00 horas y ante la expectación general, afloraba a la superficie la proa del submarino, que luego de abrirse su escotilla dio paso a la salida de sus primeros tripulantes, algunos de ellos con principios de asfixias y que fueron auxiliados con prontitud. El último en abandonar la nave fue su Comandante, quien al aparecer en cubierta lanzó un sonoro ¡Viva Chile! mientras que los buques surtos en la bahía, al conocer la noticia hacían sonar con entusiasmo pitos y sirenas. Este salvamento que causó admiración en las marinas del mundo, sorprendió por la destreza y profesionalismo con que fue realizado. Atentamente |